Cuando aquella mañana, subí al autobús, era con seguridad demasiado temprano para escuchar según qué conversaciones. Alguien dijo, en cierta ocasión, que el volumen de voz de las personas en lugares públicos era inversamente proporcional al interés de lo que estaba diciendo. En aquel momento, supe cuánta verdad contenían aquellas palabras. Aquel individuo describía, pontificando y a viva voz hablando por un teléfono móvil, una teoría acerca de que la Tierra, nuestro planeta, estaba hueca por dentro. Por si el disparate no fuera suficiente, dentro de este espacio se encontraban al parecer civilizaciones muy avanzadas, las cuales entraban y salían alegremente por accesos situados en los dos polos. Estaba seguro que aquello era una especie de broma, cuando otro pasajero, muy atento a las palabras, dijo a alguien que, efectivamente, en la Biblia había referencia a esos seres subterráneos.
Por supuesto, me dije, con cierta sonrisa de autocomplicidad, puestos a creer disparates, que al menos la fuente nos suene familiar. Sin embargo, aquello no había hecho nada más que empezar. Alguien más, hilvanando con los textos sagrados, aseguró que Jesús, tal y como lo conocemos gracias al Nuevo Testamento, es un simple mito. No aplaudan ustedes demasiado pronto. La afirmación de aquel tipo no estaba sustentada en la ausencia de fuentes historiográficas, sino en la creencia de que Jesús predicaba en realidad sobre realidades como la reencarnación, algo ocultado por la Iglesia Católica. Tal vez, me dije, la institución eclesiástica estaba ya tan cargada de creencias absurdas, que se negó a admitir una más.
La cosa se estaba empezando a animar en el transporte público. Alguien dijo, mezclando tal vez los mitos clásicos con la cultura popular, que Jesús era en realidad extraterrestre y de ahí sus poderes. Otra persona, aseguró que hace décadas que se producen contactos extraterrestres, algo que permanece oculto por los gobiernos del mundo a cambio de un intercambio secreto de tecnología. Vaya usted a saber para qué fines, aunque lo podemos imaginar. Un individuo asintió entusiasmado y recordó la muy demostrada existencia de hombres de negro, aguerridos agentes gubernamentales encargados de que no se conocieran estos contactos alienígenas. También pudo escucharse que el amigo del primo de alguien había sido abducido, algo que había afectado a todos los orificios de su cuerpo. Cuando alguien recordó que, efectivamente, se había silenciado la existencia de una civilización extraterrestre en la luna, se produjo la primera controversia; para otros, el hombre nunca había pisado dicho astro y todo había sido un montaje.
Sin embargo, había una cosa que parecía unir a todas aquellas personas: lo dirigentes del mundo se esforzaban en ocultarnos la verdad. Existían bases secretas en los más recónditos lugares del mundo. Científicos y militares unían sus esfuerzas para llevar a cabo las teorías más terroríficas de dominación. La CIA y las multinacionales, gracias a Internet y Google, conocían los datos de todo el mundo: desde su ideología hasta el grado de olor corporal. Detrás de cada catástrofe, accidental o incidental, parecía haber una explicación delirante. No recuerdo ahora si se decía que el calentamiento global era falso o, todo lo contrario, que la cosa era mucho peor. Hitler no había muerto, ni Marilyn Monroe, ni Elvis Presley, y me parece que tampoco Jesús Gil. La princesa Diana sí estaba bien muerta, pero el accidente había sido perpretado por el MI6 y la monarquía británica en connivencia con ignotos grupos árabes… Creo que acerté a bajarme en mi parada, y me aleje todo lo que pude de aquel dislate en movimiento. Miré a mi alrededor, en aquel barrio popular, plagado de seres cargados de aflicción, y la realidad me pareció mucho más terrible.
Por supuesto, me dije, con cierta sonrisa de autocomplicidad, puestos a creer disparates, que al menos la fuente nos suene familiar. Sin embargo, aquello no había hecho nada más que empezar. Alguien más, hilvanando con los textos sagrados, aseguró que Jesús, tal y como lo conocemos gracias al Nuevo Testamento, es un simple mito. No aplaudan ustedes demasiado pronto. La afirmación de aquel tipo no estaba sustentada en la ausencia de fuentes historiográficas, sino en la creencia de que Jesús predicaba en realidad sobre realidades como la reencarnación, algo ocultado por la Iglesia Católica. Tal vez, me dije, la institución eclesiástica estaba ya tan cargada de creencias absurdas, que se negó a admitir una más.
La cosa se estaba empezando a animar en el transporte público. Alguien dijo, mezclando tal vez los mitos clásicos con la cultura popular, que Jesús era en realidad extraterrestre y de ahí sus poderes. Otra persona, aseguró que hace décadas que se producen contactos extraterrestres, algo que permanece oculto por los gobiernos del mundo a cambio de un intercambio secreto de tecnología. Vaya usted a saber para qué fines, aunque lo podemos imaginar. Un individuo asintió entusiasmado y recordó la muy demostrada existencia de hombres de negro, aguerridos agentes gubernamentales encargados de que no se conocieran estos contactos alienígenas. También pudo escucharse que el amigo del primo de alguien había sido abducido, algo que había afectado a todos los orificios de su cuerpo. Cuando alguien recordó que, efectivamente, se había silenciado la existencia de una civilización extraterrestre en la luna, se produjo la primera controversia; para otros, el hombre nunca había pisado dicho astro y todo había sido un montaje.
Sin embargo, había una cosa que parecía unir a todas aquellas personas: lo dirigentes del mundo se esforzaban en ocultarnos la verdad. Existían bases secretas en los más recónditos lugares del mundo. Científicos y militares unían sus esfuerzas para llevar a cabo las teorías más terroríficas de dominación. La CIA y las multinacionales, gracias a Internet y Google, conocían los datos de todo el mundo: desde su ideología hasta el grado de olor corporal. Detrás de cada catástrofe, accidental o incidental, parecía haber una explicación delirante. No recuerdo ahora si se decía que el calentamiento global era falso o, todo lo contrario, que la cosa era mucho peor. Hitler no había muerto, ni Marilyn Monroe, ni Elvis Presley, y me parece que tampoco Jesús Gil. La princesa Diana sí estaba bien muerta, pero el accidente había sido perpretado por el MI6 y la monarquía británica en connivencia con ignotos grupos árabes… Creo que acerté a bajarme en mi parada, y me aleje todo lo que pude de aquel dislate en movimiento. Miré a mi alrededor, en aquel barrio popular, plagado de seres cargados de aflicción, y la realidad me pareció mucho más terrible.
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