Resulta digna de estudio la fiebre actual por según qué elementos de la cultura popular. Seguramente, esto ha existido siempre y, como buenos cascarrabias que somos los críticos, simplemente nos parece que en nuestra época se manifiesta de manera más intensa. Hay que decir que crecí viendo, y disfrutando muchísimo, las películas originales de Star Wars (aunque siempre nos aclararan previamente, para nuestra confusión, que aquellas eran los capítulos 4, 5 y 6); cuando ya bastante adulto, llegaron a las pantallas los tres primeros capítulos, la cosa no tenía ya un gran interés para mí. Ojo, no digo que sea una cuestión de madurez, en absoluto. Como buen amante del cine me parecen legítimos todos los géneros, incluso los más apabullantemente comerciales y dirigidos a "todos los públicos" (en otro momento, eso sí, hablaremos de la tendencia irritantemente infantil de gran parte de Hollywood, de la que gente como George Lucas o Spielberg es más que responsable).
Solo digo que esa nueva trilogía de Star Wars, plagada de forma abusiva de tecnología digital ("perversión de la tecnología", creo que dijo alguien en su momento, de forma más que acertada), poco tenía que ver con lo que yo disfruté en mi infancia. Como yo, por lo que sé, piensa la mayoría de aficionados. A pesar de ello, tal vez por la promesa de recuperar el espíritu original de los años 70 y 80 (además de a los actores, ya bastante viejunos los pobres), la gente ha acudido en masa a contemplar una obra con mayor o menos fortuna artística (en eso, de momento, no nos metemos). Vamos con lo que interesa a este blog, que es la cuestión cultural mezclada siempre con lo científico. Para empezar, lo más flagrante, es la traducción original de la saga, que ya parece haberse perdido por el camino: la guerra, nada menos, que de "las galaxias". Por mucho que nos aclararan al principio que se traba de una historia desarrollada en una galaxia muy lejana, y que la traslación al castellano fuera algo así como "guerras estelares" o "guerra en las estrellas", a alguien se le fue la olla de manera considerable. ¿Táctica comercial megalómana o mera ignorancia científica? Puede que ambas cosas.
Si la trilogía original estaba plagada de un misticismo religioso, poco ocultado, y de una filosofía de baratillo para esbozar una sonrisa, la cosa fue a mayores en los nuevos films. Recordemos lo que nos habían dicho que era la "fuerza": un campo de energía presente en todo el universo, que envuelve a todos los seres vivos, y que, con la paciencia y destreza suficiente, puede controlarse para hacer maravillas telequinéticas y otros menesteres. Eso sí, habilidades que desarrollan más unos (léase, la familia Skywalker) que otros. Recuerdo un comentario de uno de los personajes más atractivos, Han Solo, sinvergüenza, escéptico y nihilista (aunque, luego, bien encauzado al sendero del bien y la "creencia"). Algo así como que él, hombre que había viajado por toda la galaxia (en singular, no exageremos), no había percibido nada como la "fuerza" y que se trataba de un simple mito. Como he dicho, la cosa solo podía ir a peor. El inefable Lucas acabó convirtiendo la "fuerza" en algo biológico, unos pequeños seres presentes en el organismo de los seres vivos; por supuesto, con más presencia en unos que en otros. Al parecer, los rebeldes contra la tiranía del Imperio no eran tan democráticos como presumíamos y es necesario una élite, una raza superior en sabiduría, destreza y creencias, para que nos guíen en este cosmos tan desolado.
Pero, reflexiones aparte, no exageremos. La saga Star Wars es el mejor ejemplo del subgénero de la ciencia-ficción conocido como space opera. ¿Qué quiere decir esto? Que se trata, simple y llanamente, de alegres y despreocupadas aventuras enmarcadas en el futuro espacial (bueno, en el pasado en el caso que nos ocupa, tal vez como guiño de Lucas al desaguisado científico), fusionando varios géneros narrativos, como el western, el bélico o las películas de capa y espada (muy obvio en nuestra saga galáctica), y donde la coherencia científica, más bien, brilla por su ausencia. Así, lo más obvio, en el espacio no sería posible escuchar sonido alguno y los rayos lásers son, sencillamente, invisibles; a ver qué publico aguantaría las batallitas espaciales sin estos elementos (pero lo que ahorrarían en efectos y lo que nos ahorraríamos los que pedimos mayor desarrollo del argumento y los diálogos). Otros ejemplos, podemos ver alegremente monstruos espaciales que, inexplicablemente, habitan en un asteroide en medio de ninguna parte (creo que era en El imperio contraataca) o una coherencia bélica más digna de los grandes conflictos del siglo XX (ojo, en la galaxia que habitamos en nuestra realidad), que de una sociedad hipertecnificada como la que pretende ser Star Wars. Conceptos como los saltos de un inexistente hiperespacio, o la gravedad artificial que parece acompañar a los personajes allá donde estén, nos han acompañado despreocupadamente en la cultura popular mientras crecíamos.
Lo dicho, cosas de la space opera u opera espacial (u opereta, en demasiados casos), muy reivindicable para muchos en la cultura popular. Otra cosa es lo que se denomina ciencia-ficción hard o dura, donde sí hay una especial preocupación por los detalles y el rigor científicos. Entre ambos extremos, perfectamente clasificados, seguramente hay muchísimas obras impregnadas de uno u otro. Un ejemplo que, particularmente, me gusta mucho es el de la serie Firefly y su continuación, la película Serenity. Así, hablamos de una especie de space opera (o, al menos, de aventuras en el espacio), pero tratando de respetar las más elementales leyes científicas, y desprendida también del irritable e infantil maniqueísmo de Star Wars. Incluso, con algunos guiños en los que se ironiza inteligentemente sobre películas como las de George Lucas. De hecho, el protagonista puede verse como una especie de Han Solo original, es decir, canalla en muchas situaciones, ambiguo en tantas otras, nada unidimensional ni condicionado finalmente por moralismo alguno. Volviendo a nuestra original saga galáctica, hay que decir a favor de ella que grandes novelistas fanta-científicos (de la vertiente "dura", por supuesto), como Arthur C. Clarke o Isaac Asimov, disfrutaron enormemente de nuestra saga de batallitas espaciales. Eso sí, aconsejaban verlas suspendiendo el espíritu crítico. Por favor, retómenlo ustedes a la salida del cine.
Solo digo que esa nueva trilogía de Star Wars, plagada de forma abusiva de tecnología digital ("perversión de la tecnología", creo que dijo alguien en su momento, de forma más que acertada), poco tenía que ver con lo que yo disfruté en mi infancia. Como yo, por lo que sé, piensa la mayoría de aficionados. A pesar de ello, tal vez por la promesa de recuperar el espíritu original de los años 70 y 80 (además de a los actores, ya bastante viejunos los pobres), la gente ha acudido en masa a contemplar una obra con mayor o menos fortuna artística (en eso, de momento, no nos metemos). Vamos con lo que interesa a este blog, que es la cuestión cultural mezclada siempre con lo científico. Para empezar, lo más flagrante, es la traducción original de la saga, que ya parece haberse perdido por el camino: la guerra, nada menos, que de "las galaxias". Por mucho que nos aclararan al principio que se traba de una historia desarrollada en una galaxia muy lejana, y que la traslación al castellano fuera algo así como "guerras estelares" o "guerra en las estrellas", a alguien se le fue la olla de manera considerable. ¿Táctica comercial megalómana o mera ignorancia científica? Puede que ambas cosas.
Si la trilogía original estaba plagada de un misticismo religioso, poco ocultado, y de una filosofía de baratillo para esbozar una sonrisa, la cosa fue a mayores en los nuevos films. Recordemos lo que nos habían dicho que era la "fuerza": un campo de energía presente en todo el universo, que envuelve a todos los seres vivos, y que, con la paciencia y destreza suficiente, puede controlarse para hacer maravillas telequinéticas y otros menesteres. Eso sí, habilidades que desarrollan más unos (léase, la familia Skywalker) que otros. Recuerdo un comentario de uno de los personajes más atractivos, Han Solo, sinvergüenza, escéptico y nihilista (aunque, luego, bien encauzado al sendero del bien y la "creencia"). Algo así como que él, hombre que había viajado por toda la galaxia (en singular, no exageremos), no había percibido nada como la "fuerza" y que se trataba de un simple mito. Como he dicho, la cosa solo podía ir a peor. El inefable Lucas acabó convirtiendo la "fuerza" en algo biológico, unos pequeños seres presentes en el organismo de los seres vivos; por supuesto, con más presencia en unos que en otros. Al parecer, los rebeldes contra la tiranía del Imperio no eran tan democráticos como presumíamos y es necesario una élite, una raza superior en sabiduría, destreza y creencias, para que nos guíen en este cosmos tan desolado.
Pero, reflexiones aparte, no exageremos. La saga Star Wars es el mejor ejemplo del subgénero de la ciencia-ficción conocido como space opera. ¿Qué quiere decir esto? Que se trata, simple y llanamente, de alegres y despreocupadas aventuras enmarcadas en el futuro espacial (bueno, en el pasado en el caso que nos ocupa, tal vez como guiño de Lucas al desaguisado científico), fusionando varios géneros narrativos, como el western, el bélico o las películas de capa y espada (muy obvio en nuestra saga galáctica), y donde la coherencia científica, más bien, brilla por su ausencia. Así, lo más obvio, en el espacio no sería posible escuchar sonido alguno y los rayos lásers son, sencillamente, invisibles; a ver qué publico aguantaría las batallitas espaciales sin estos elementos (pero lo que ahorrarían en efectos y lo que nos ahorraríamos los que pedimos mayor desarrollo del argumento y los diálogos). Otros ejemplos, podemos ver alegremente monstruos espaciales que, inexplicablemente, habitan en un asteroide en medio de ninguna parte (creo que era en El imperio contraataca) o una coherencia bélica más digna de los grandes conflictos del siglo XX (ojo, en la galaxia que habitamos en nuestra realidad), que de una sociedad hipertecnificada como la que pretende ser Star Wars. Conceptos como los saltos de un inexistente hiperespacio, o la gravedad artificial que parece acompañar a los personajes allá donde estén, nos han acompañado despreocupadamente en la cultura popular mientras crecíamos.
Lo dicho, cosas de la space opera u opera espacial (u opereta, en demasiados casos), muy reivindicable para muchos en la cultura popular. Otra cosa es lo que se denomina ciencia-ficción hard o dura, donde sí hay una especial preocupación por los detalles y el rigor científicos. Entre ambos extremos, perfectamente clasificados, seguramente hay muchísimas obras impregnadas de uno u otro. Un ejemplo que, particularmente, me gusta mucho es el de la serie Firefly y su continuación, la película Serenity. Así, hablamos de una especie de space opera (o, al menos, de aventuras en el espacio), pero tratando de respetar las más elementales leyes científicas, y desprendida también del irritable e infantil maniqueísmo de Star Wars. Incluso, con algunos guiños en los que se ironiza inteligentemente sobre películas como las de George Lucas. De hecho, el protagonista puede verse como una especie de Han Solo original, es decir, canalla en muchas situaciones, ambiguo en tantas otras, nada unidimensional ni condicionado finalmente por moralismo alguno. Volviendo a nuestra original saga galáctica, hay que decir a favor de ella que grandes novelistas fanta-científicos (de la vertiente "dura", por supuesto), como Arthur C. Clarke o Isaac Asimov, disfrutaron enormemente de nuestra saga de batallitas espaciales. Eso sí, aconsejaban verlas suspendiendo el espíritu crítico. Por favor, retómenlo ustedes a la salida del cine.
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