Atacar la homeopatía, como uno de los insignes representantes de la llamada "medicina alternativa", es ya un lugar común. Es decir, es habitual afirmar, con algo de tono jocoso, que el supuesto médicamento homeopático no es más que un compuesto de agua con azúcar.
Eso sí, un remedio el de la homeopatía que tiene como el resto de medicamentos un precio en el mercado, y con una alusión a un supuesto principio activo tan diluido que parece inexistente. Como deberíamos saber, para que un medicamento resulte efectivo hay que tomar una dosis mínima que resulte efectiva, lo que se define como superar un umbral de dosis a partir del cual puede haber efecto farmacológico. Para sustituir esto, los homeópatas suelen acudir a explicaciones bien algo fantasiosas, bien repletas de términos científicos abstrusos. Como a cualquier otro terapeuta y científico, habría que exigir una explicación clara y coherente sobre el principio activo que puede curarnos. Decir que la homeopatía que nos venden en las farmacias no es más que agua con azúcar es, efectivamente, un lugar común insuficiente para los que siguen creyendo en la bondad de sus resultados, lo mismo que afirmar que sus beneficios no son superiores a los del llamado efecto placebo.
No obstante, a pesar de estas simplezas, la discusión continúa. Tal vez no de manera muy frecuente, y ahora de manera mediáticamente más custionada por lo ocurrido en los últimos meses, pero habitualmente podemos ver que se da pábulo a los remedios homeopáticos en determinados centros, colegios médicos y universidades. No pasa solo con la homeopatía, también con otros representantes de la medicina alternativa, incluso se imparte algún que otro título al respecto que queda muy bien enmarcado en despachos. Para sus defensores, esto debe ser una muestra de que la verdad, a pesar de los muchos intereses existentes en su contra, al fin se va abriendo paso. ¿Hay algún asomo de realidad en esto? ¿Estamos haciendo el juego al "sistema" con nuestra escepticismo crítico? ¿O, tal vez, muy al contrario, la cuestión es mucho más sencilla? En primer lugar, hay que recordar que la ciencia no puede ni debe ser dogmática; su conocimiento se caracteriza siempre por un saber incompleto. Si alguien nos ofrece una respuesta al sufrimiento humano y a la enfermedad asequible y definitiva, hay que encender todos los dispositivos de alarma. Es muy posible que, simplemente, las medicinas complementarias o alternativas, que sencillamente hay que denominar pseudociencia al no demostrarse sus beneficios, se aprovechen de esa condición incompleta del saber científico.
Existe cierta confusión entre la medicina alternativa y la que podemos denominar medicina tradicional o popular. El patrimonio cultural de los pueblos, estaremos de acuerdo, se compone también de la religión, de creencias sobrenaturales y de todo tipo de supersticiones. Es lógico que la medicina tradicional se fundamente en gran medida en esas creencias y expresiones populares. Ojo, no deja de ser conocimiento, compuesto de diversas técnicas y aplicaciones, basado en la experiencia y en la observación. Lo que ocurre es que es un conocimiento ancestral, que no alcanzó, o que no ha alcanzado en algunos casos, el desarrollo suficiente para ser caracterizado como científico (lo que se ha verificado que funciona mediante determinados métodos). Sus beneficios, en algunos casos, pueden estar fundamentados en el efecto placebo. Estamos hablando de medicina tradicional o popular, pero hay que diferenciarla de la homeopatía de y otras llamadas alternativas (acupuntura, reflexología, iridología, quiropráctica…).
Sobre la acupuntura, por ejemplo, todos hemos oído sobre sus beneficios (el "a mí me funciona" es un argumento habitual entre los practicantes de la medicina alternativa). Se descarta cualquier otro presupuesto y se alude a su incidencia sobre las terminaciones nerviosas para alcanzar un supuesto éxito. Lo que es un hecho es que la acupuntura es una práctica milenaria china derivada de una determinada visión cosmogónica: sin extendernos, el universo habría surgido de la relación dialéctica de los principios antagónicos del ying y el yang (taoísmo). Todo esto no es más que ciencia obsoleta (la frontera entre ciencia y religión, en el pasado, era tenue). Otra cosa es cómo se pueda ver hoy en día la acupuntura, un golpe de aguja sobre el nervio, que si se práctica de forma higiénica y hábil resulta al parecer inocuo y puede aliviar ciertos síntomas subjetivos vinculados con una enfermedad. Sobre la homeopatía, ya hemos hablado en otras ocasiones de sus presupuestos (tiene escasos siglos, no es una práctica milenaria), basado principalmente en que lo semejante cura lo semejante. Su principio activo, de tan diluido, es difícil de comprobar, y no solo su eficacia, también su existencia. Diremos que, al igual que otros fármacos, la homeopatía genera grandes beneficios económicos.
Sobre la controversia de aceptar estas práctica alternativas en la sanidad pública, ya ha habido algunos intentos con el argumento de gran parte de la sociedad las utiliza. Diremos que en medicina, toda terapia tiene que estar subordinada a ensayos clínicos, no pueden estar basadas en creencias y simples afirmaciones para demostrar su eficacia. La ciencia, y la medicina debería ser parte de ella, como dijimos, no es dogmática, es siempre incompleta, provisional en sus conclusiones y con una visión puesta permanentemente en el progreso. El objetivo de la ciencia es constituir teorías fiables para poder predecir fenómenos y compilar experiencias. La verdad absoluta, el dogma y el inmovilismo, la creencia en definitiva, es lo más ajeno a la ciencia. La única alternativa a la medicina, y el único camino, es tratar de luchar para que sea más científica y más humana: que sus resultados sean mejores para las personas. Otro asunto muy diferente es la instrumentalización que una determinada sociedad, basado en la puesta en el mercado de todo tipo de productos y en los intereses de élites económicas y políticas, haga de los remedios farmacológicos. Este problema se aplica a productos basados en su eficacia, otros que no la tienen y otros muchos dudosos. Por ejemplo, nuestro hábito a tomar pastillas, hace que acudamos tantas veces a los analgésicos. Los médicos oficiales (en lo que podría ser simplemente una mala praxis ajena al saber científico), desde la sanidad pública, los recomiendan fervientemente e incluyen sin problemas en sus recetas. ¿Alguien conoce sobre su principio activo, sobre su dosis máxima sin que resulte tóxico y sobre su eficacia? Uno de los más populares es el Paracetamol, sobre cuya eficacia (más allá del efecto placebo) se ha puesto no pocas veces en cuestión. Es por eso que necesitamos un mayor conocimiento, una mayor actitud científica, pero la controversia no es oficial versus alternativo. La auténtica esperanza es un auténtica cultura no dogmática, crítica, racional y humana.
Eso sí, un remedio el de la homeopatía que tiene como el resto de medicamentos un precio en el mercado, y con una alusión a un supuesto principio activo tan diluido que parece inexistente. Como deberíamos saber, para que un medicamento resulte efectivo hay que tomar una dosis mínima que resulte efectiva, lo que se define como superar un umbral de dosis a partir del cual puede haber efecto farmacológico. Para sustituir esto, los homeópatas suelen acudir a explicaciones bien algo fantasiosas, bien repletas de términos científicos abstrusos. Como a cualquier otro terapeuta y científico, habría que exigir una explicación clara y coherente sobre el principio activo que puede curarnos. Decir que la homeopatía que nos venden en las farmacias no es más que agua con azúcar es, efectivamente, un lugar común insuficiente para los que siguen creyendo en la bondad de sus resultados, lo mismo que afirmar que sus beneficios no son superiores a los del llamado efecto placebo.
No obstante, a pesar de estas simplezas, la discusión continúa. Tal vez no de manera muy frecuente, y ahora de manera mediáticamente más custionada por lo ocurrido en los últimos meses, pero habitualmente podemos ver que se da pábulo a los remedios homeopáticos en determinados centros, colegios médicos y universidades. No pasa solo con la homeopatía, también con otros representantes de la medicina alternativa, incluso se imparte algún que otro título al respecto que queda muy bien enmarcado en despachos. Para sus defensores, esto debe ser una muestra de que la verdad, a pesar de los muchos intereses existentes en su contra, al fin se va abriendo paso. ¿Hay algún asomo de realidad en esto? ¿Estamos haciendo el juego al "sistema" con nuestra escepticismo crítico? ¿O, tal vez, muy al contrario, la cuestión es mucho más sencilla? En primer lugar, hay que recordar que la ciencia no puede ni debe ser dogmática; su conocimiento se caracteriza siempre por un saber incompleto. Si alguien nos ofrece una respuesta al sufrimiento humano y a la enfermedad asequible y definitiva, hay que encender todos los dispositivos de alarma. Es muy posible que, simplemente, las medicinas complementarias o alternativas, que sencillamente hay que denominar pseudociencia al no demostrarse sus beneficios, se aprovechen de esa condición incompleta del saber científico.
Existe cierta confusión entre la medicina alternativa y la que podemos denominar medicina tradicional o popular. El patrimonio cultural de los pueblos, estaremos de acuerdo, se compone también de la religión, de creencias sobrenaturales y de todo tipo de supersticiones. Es lógico que la medicina tradicional se fundamente en gran medida en esas creencias y expresiones populares. Ojo, no deja de ser conocimiento, compuesto de diversas técnicas y aplicaciones, basado en la experiencia y en la observación. Lo que ocurre es que es un conocimiento ancestral, que no alcanzó, o que no ha alcanzado en algunos casos, el desarrollo suficiente para ser caracterizado como científico (lo que se ha verificado que funciona mediante determinados métodos). Sus beneficios, en algunos casos, pueden estar fundamentados en el efecto placebo. Estamos hablando de medicina tradicional o popular, pero hay que diferenciarla de la homeopatía de y otras llamadas alternativas (acupuntura, reflexología, iridología, quiropráctica…).
Sobre la acupuntura, por ejemplo, todos hemos oído sobre sus beneficios (el "a mí me funciona" es un argumento habitual entre los practicantes de la medicina alternativa). Se descarta cualquier otro presupuesto y se alude a su incidencia sobre las terminaciones nerviosas para alcanzar un supuesto éxito. Lo que es un hecho es que la acupuntura es una práctica milenaria china derivada de una determinada visión cosmogónica: sin extendernos, el universo habría surgido de la relación dialéctica de los principios antagónicos del ying y el yang (taoísmo). Todo esto no es más que ciencia obsoleta (la frontera entre ciencia y religión, en el pasado, era tenue). Otra cosa es cómo se pueda ver hoy en día la acupuntura, un golpe de aguja sobre el nervio, que si se práctica de forma higiénica y hábil resulta al parecer inocuo y puede aliviar ciertos síntomas subjetivos vinculados con una enfermedad. Sobre la homeopatía, ya hemos hablado en otras ocasiones de sus presupuestos (tiene escasos siglos, no es una práctica milenaria), basado principalmente en que lo semejante cura lo semejante. Su principio activo, de tan diluido, es difícil de comprobar, y no solo su eficacia, también su existencia. Diremos que, al igual que otros fármacos, la homeopatía genera grandes beneficios económicos.
Sobre la controversia de aceptar estas práctica alternativas en la sanidad pública, ya ha habido algunos intentos con el argumento de gran parte de la sociedad las utiliza. Diremos que en medicina, toda terapia tiene que estar subordinada a ensayos clínicos, no pueden estar basadas en creencias y simples afirmaciones para demostrar su eficacia. La ciencia, y la medicina debería ser parte de ella, como dijimos, no es dogmática, es siempre incompleta, provisional en sus conclusiones y con una visión puesta permanentemente en el progreso. El objetivo de la ciencia es constituir teorías fiables para poder predecir fenómenos y compilar experiencias. La verdad absoluta, el dogma y el inmovilismo, la creencia en definitiva, es lo más ajeno a la ciencia. La única alternativa a la medicina, y el único camino, es tratar de luchar para que sea más científica y más humana: que sus resultados sean mejores para las personas. Otro asunto muy diferente es la instrumentalización que una determinada sociedad, basado en la puesta en el mercado de todo tipo de productos y en los intereses de élites económicas y políticas, haga de los remedios farmacológicos. Este problema se aplica a productos basados en su eficacia, otros que no la tienen y otros muchos dudosos. Por ejemplo, nuestro hábito a tomar pastillas, hace que acudamos tantas veces a los analgésicos. Los médicos oficiales (en lo que podría ser simplemente una mala praxis ajena al saber científico), desde la sanidad pública, los recomiendan fervientemente e incluyen sin problemas en sus recetas. ¿Alguien conoce sobre su principio activo, sobre su dosis máxima sin que resulte tóxico y sobre su eficacia? Uno de los más populares es el Paracetamol, sobre cuya eficacia (más allá del efecto placebo) se ha puesto no pocas veces en cuestión. Es por eso que necesitamos un mayor conocimiento, una mayor actitud científica, pero la controversia no es oficial versus alternativo. La auténtica esperanza es un auténtica cultura no dogmática, crítica, racional y humana.
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