Edzard Ernst, formado en Alemania, aunque ciudadano británico desde 1999, es catedrático de medicina e investigador especializado en el estudio de la medicina alternativa. No entraré en detalles sobre su currículum, ya que suele ser objeto de sospecha según las simpatías de cada uno y tampoco pretendo evidenciar de manera simple que se trata de una autoridad en la materia. Diremos, al menos, que está al frente de la revista Focus Alternative and Complementary Therapies y que escribe de forma regular en el diario The Guardian. Se le considera uno de los azotes actuales contra la medicina alternativa y trata de hacerlo desde una perspectiva basada en la evidencia. Para los que pueda acusar a Ernst de defender la medicina oficial del sistema, recordaremos su enfrentamiento nada menos que con Carlos de Inglaterra, al ser este un consumidor y defensor de la homeopatía y de otras terapias alternativas. El príncipe, junto a su madre, lograron presionar lo suficiente para que la homeopatía fuera incluida en el sistema de salud británico. Después de que Ernst dijera que la homeopatía es sencillamente una pseudociencia, sin más beneficio que el efecto placebo, el aspirante a monarca logró apartarle de su cátedra en la Universidad de Exeter.
Ernst, que seguramente viviría bastante mejor sin su espíritu crítico y su continuo sometimiento al rigor sistemático de toda terapia alternativa o complementaria, llegó a sorprenderse de las polémicas tan enormes que provocaría su trabajo. Esas disputas, lejos de estar basadas en la evidencia, considera que se fundamentan en creencias ideológicas y en disputas por el poder, como hemos visto, surgidas a veces desde lo más alto. Son dos décadas, y más de 350 trabajos, dedicados al estudio de terapias alternativas como la acupuntura, la imposición de manos, la quiropráctica o la osteopatía, entre otras. De entre todas las terapias estudiadas, cada una de las cuales debía ser objeto de un análisis particular e independiente, como es lógico, se sacan diversas conclusiones. Sobre la homeopatía, Ernst considera el debate concluido, aunque a decir verdad es algo ya anunciado por otros hace años. La acupuntura no siempre revela resultados negativos, por lo que se guarda cierta prevención, pero hay que tener cuenta siempre el riesgo para la salud al abandonar otras terapias más eficaces. El consumo de plata coloidal, tal vez una terapia no muy conocida, reivindicada en los úlitmos años, aunque se remonta a la Antigüedad en diversas culturas, Ernst la considera "sencillamente criminal": no hay evidencia sobre su beneficio y entraña graves peligros para la salud al liberar iones oxidativos en el estomago.
Si es un lugar común acusar a los científicos, críticos con la terapias alternativas, de trabajar para el sistema y la industria farmacéutica, con este hombre no creo que quepa ninguna duda sobre su honestidad. De hecho, Ernst trabajó en sus inicios para un hospital homeopático, ya que esta terapia tiene bastante arraigo en Alemania. En el Reino Unido, Ernst se encontró con numerosos obstáculos, amenazas, presiones desde arriba y falta de apoyo institucional; la situación fue todo lo contrario de encontrarse un terreno abonado para la investigación científica, que sería lo más lógico y sensato. Sobre cómo es posible que se admita formación, en prestigiosas universidades, sobre terapias cuya eficacia no se ha demostrado, Ernst recuerda que, cada vez más, funcionan como fuentes de negocio. Si la universidad ve oportunidad de ganar dinero, con la homeopatía o cualquier otra cosa, no tiene escrúpulo en hacerlo: ¡el dinero manda! El investigador cuenta su historia, y sus numerosos avatares, en el libro A Scientist in Wonderland, publicado hace cosa de un año, y recientemente publicado en castellano. Hay algo sobre lo que también advierte Ernst, y hace que apoyemos todavía más su trabajo, y son los valores que deban acompañar siempre a la práctica médica: compasión y empatía hacia el paciente, y tiempo para dedicarle de forma comprensiva. Si se permite que esos valores humanos caigan en manos de charlatanes y pseudocientíficos, si se práctica meramente una fría técnica científica, el combate estará perdido. La medicina no es ninguna ciencia absoluta, por lo que hay que prácticar también lo que Ernst denomina "el arte de la medicina".
Ernst, que seguramente viviría bastante mejor sin su espíritu crítico y su continuo sometimiento al rigor sistemático de toda terapia alternativa o complementaria, llegó a sorprenderse de las polémicas tan enormes que provocaría su trabajo. Esas disputas, lejos de estar basadas en la evidencia, considera que se fundamentan en creencias ideológicas y en disputas por el poder, como hemos visto, surgidas a veces desde lo más alto. Son dos décadas, y más de 350 trabajos, dedicados al estudio de terapias alternativas como la acupuntura, la imposición de manos, la quiropráctica o la osteopatía, entre otras. De entre todas las terapias estudiadas, cada una de las cuales debía ser objeto de un análisis particular e independiente, como es lógico, se sacan diversas conclusiones. Sobre la homeopatía, Ernst considera el debate concluido, aunque a decir verdad es algo ya anunciado por otros hace años. La acupuntura no siempre revela resultados negativos, por lo que se guarda cierta prevención, pero hay que tener cuenta siempre el riesgo para la salud al abandonar otras terapias más eficaces. El consumo de plata coloidal, tal vez una terapia no muy conocida, reivindicada en los úlitmos años, aunque se remonta a la Antigüedad en diversas culturas, Ernst la considera "sencillamente criminal": no hay evidencia sobre su beneficio y entraña graves peligros para la salud al liberar iones oxidativos en el estomago.
Si es un lugar común acusar a los científicos, críticos con la terapias alternativas, de trabajar para el sistema y la industria farmacéutica, con este hombre no creo que quepa ninguna duda sobre su honestidad. De hecho, Ernst trabajó en sus inicios para un hospital homeopático, ya que esta terapia tiene bastante arraigo en Alemania. En el Reino Unido, Ernst se encontró con numerosos obstáculos, amenazas, presiones desde arriba y falta de apoyo institucional; la situación fue todo lo contrario de encontrarse un terreno abonado para la investigación científica, que sería lo más lógico y sensato. Sobre cómo es posible que se admita formación, en prestigiosas universidades, sobre terapias cuya eficacia no se ha demostrado, Ernst recuerda que, cada vez más, funcionan como fuentes de negocio. Si la universidad ve oportunidad de ganar dinero, con la homeopatía o cualquier otra cosa, no tiene escrúpulo en hacerlo: ¡el dinero manda! El investigador cuenta su historia, y sus numerosos avatares, en el libro A Scientist in Wonderland, publicado hace cosa de un año, y recientemente publicado en castellano. Hay algo sobre lo que también advierte Ernst, y hace que apoyemos todavía más su trabajo, y son los valores que deban acompañar siempre a la práctica médica: compasión y empatía hacia el paciente, y tiempo para dedicarle de forma comprensiva. Si se permite que esos valores humanos caigan en manos de charlatanes y pseudocientíficos, si se práctica meramente una fría técnica científica, el combate estará perdido. La medicina no es ninguna ciencia absoluta, por lo que hay que prácticar también lo que Ernst denomina "el arte de la medicina".
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