Es ya un lugar común, cuando se critican ciertas
prácticas alternativas consideradas pseudocientíficas, argumentar que el
auténtico peligro es la industria farmacéutica.
De esa manera, ante la supuesta dificultad de acudir a hechos objetivos, y convertirse la discusión en una "cuestión de fe" (es decir, mera ideología), uno no tarda en ser acusado de favorecer a la industria al criticar la medicina (mal) denominada alternativa. Por supuesto, creo que ya lo he mencionado a menudo en este blog, convertir la salud en un negocio, buscando la máxima rentabilidad de los productos, es algo digno de la máxima crítica que nos convierte en sujetos utilizables. Por otra parte, la validez o no de las terapias y productos propuestos, tanto por la industria convencional comoo la alternativa, igualmente debe ser puesto en el ojo del huracan. Es decir, tan sencillo como que se trata de dos campos diferentes, o quizá no tanto, ya que se complementan, para aplicar nuestra racionalidad y pensamiento crítico. Es más, el argumento de que las farmacéuticas priman el negocio deberíamos utilizarlo, de una manera obvia y lógica para concluir, tan sencillo como eso, que si las medicinas alternativas fueran efectivas se esforzarían en invertir en ellas y sacarles el máximo beneficio.
En definitiva, no se trata de que uno tenga que escoger entre un bando u otro, el oficial o el alternativo, o en cuál de ellos puede seducirnos de manera más efectiva. La verdadera cuestión es qué opción presenta pruebas lo suficientemente sólidas para acompañar sus propuestas. La industria oficial, por supuesto, presenta afirmaciones publicitarias con grandes medios que, al margen de lo atractivo de las formas, deben hacernos profundizar en el fondo de la cuestión: la validez de sus productos mediante ensayos clínicos controlados. Por otra parte, la medicina alternativa, muy a menudo, se presenta como una solución humanista con un halo de autenticidad ajeno al mero negocio, lo cual en sí mismo no es un argumento para su legitimidad (además de en mi opinión ser una patraña per se). Hay que repetirlo con rotundidad, en unos y otros casos, la crítica no constituye en sí misma un argumento si no va acompañada una busqueda más profunda de la legitimidad.
La historia de la industria farmacéutica, que nace con la Modernidad (época en la que el capitalismo es el sistema económica imperante), está plagada de episodios oscuros. Malas prácticas de la industria, falta de transparencia en los ensayos clínicos mencionados, junto a una permanente medicalización de la salud, y de la vida en general, se han producido a lo largo de todas estas décadas. Lo que ocurre es que la alternativa no estriba, de manera simple e incondicional, en buscar refugio en soluciones de lo más cuestionables (por no decir, meros engaños). Por otra parte, si las pseudociencias, tradicionalmente, parecían cosas de charlatanes o curanderos, hoy los agentes que favorecen estas prácticas se presentan de otra forma, incluso revestidos de cierto halo científico. Es por ello que, frente a unas y otras malas prácticas, con su falta de evidencia científica, solo se me ocurre una solución: el fomento permanente del conocimiento, que tiene un primer paso en un enérgico y saludable escepticismo crítico (no en iniciar una crítica para cambiar una fe e ideología por otras).
Por supuesto, constituye todo un problema que no tengamos un acceso claro a la evidencia de los productos y prácticas médicas convencionales. Recordaremos que el método científico se basa en la detección u observación de un fenómeno, en su medición, recopilación de datos y en la repetición del experimento realizado de forma independiente. Hay que exigir por todas las vías posible que, detrás de todo producto de la industria, se encuentre esta legitimidad científica. Por supuesto, al ser prácticamente imposible profundizar a diario en ello acudimos no pocas veces a sesgos en los que tenemos que confiar en otras personas (honestas o no). Al menos, ser conscientes de ello y, como hemos dicho, no medicalizar nuestra vida de forma permenente. La medicina alternativa, mal llamada así en mi opinión, ya que solo debería haber una práctica médica basada en la evidencia, juega con otros factores. Sus propuestas constituyen evidencias mucho más difíciles de comprobar, magnifican ciertos testimonios que les favorecen y aportan ideas e hipótesis, dirigidas a las emociones del paciente, con promesas de grandes beneficios físicos e incluso espirituales, pero sin base científica real y con no pocas contradicciones. No, yo al menos, no deseo prohibición alguna, ni levantar una nueva institucion inquisitorial en nombre de la ciencia, solo pido que empecemos a ser sensatos, a nivel social e individual, y comprender que nuestra vida está tremendamente manipulada y mercantilizada (además de medicalizada).
De esa manera, ante la supuesta dificultad de acudir a hechos objetivos, y convertirse la discusión en una "cuestión de fe" (es decir, mera ideología), uno no tarda en ser acusado de favorecer a la industria al criticar la medicina (mal) denominada alternativa. Por supuesto, creo que ya lo he mencionado a menudo en este blog, convertir la salud en un negocio, buscando la máxima rentabilidad de los productos, es algo digno de la máxima crítica que nos convierte en sujetos utilizables. Por otra parte, la validez o no de las terapias y productos propuestos, tanto por la industria convencional comoo la alternativa, igualmente debe ser puesto en el ojo del huracan. Es decir, tan sencillo como que se trata de dos campos diferentes, o quizá no tanto, ya que se complementan, para aplicar nuestra racionalidad y pensamiento crítico. Es más, el argumento de que las farmacéuticas priman el negocio deberíamos utilizarlo, de una manera obvia y lógica para concluir, tan sencillo como eso, que si las medicinas alternativas fueran efectivas se esforzarían en invertir en ellas y sacarles el máximo beneficio.
En definitiva, no se trata de que uno tenga que escoger entre un bando u otro, el oficial o el alternativo, o en cuál de ellos puede seducirnos de manera más efectiva. La verdadera cuestión es qué opción presenta pruebas lo suficientemente sólidas para acompañar sus propuestas. La industria oficial, por supuesto, presenta afirmaciones publicitarias con grandes medios que, al margen de lo atractivo de las formas, deben hacernos profundizar en el fondo de la cuestión: la validez de sus productos mediante ensayos clínicos controlados. Por otra parte, la medicina alternativa, muy a menudo, se presenta como una solución humanista con un halo de autenticidad ajeno al mero negocio, lo cual en sí mismo no es un argumento para su legitimidad (además de en mi opinión ser una patraña per se). Hay que repetirlo con rotundidad, en unos y otros casos, la crítica no constituye en sí misma un argumento si no va acompañada una busqueda más profunda de la legitimidad.
La historia de la industria farmacéutica, que nace con la Modernidad (época en la que el capitalismo es el sistema económica imperante), está plagada de episodios oscuros. Malas prácticas de la industria, falta de transparencia en los ensayos clínicos mencionados, junto a una permanente medicalización de la salud, y de la vida en general, se han producido a lo largo de todas estas décadas. Lo que ocurre es que la alternativa no estriba, de manera simple e incondicional, en buscar refugio en soluciones de lo más cuestionables (por no decir, meros engaños). Por otra parte, si las pseudociencias, tradicionalmente, parecían cosas de charlatanes o curanderos, hoy los agentes que favorecen estas prácticas se presentan de otra forma, incluso revestidos de cierto halo científico. Es por ello que, frente a unas y otras malas prácticas, con su falta de evidencia científica, solo se me ocurre una solución: el fomento permanente del conocimiento, que tiene un primer paso en un enérgico y saludable escepticismo crítico (no en iniciar una crítica para cambiar una fe e ideología por otras).
Por supuesto, constituye todo un problema que no tengamos un acceso claro a la evidencia de los productos y prácticas médicas convencionales. Recordaremos que el método científico se basa en la detección u observación de un fenómeno, en su medición, recopilación de datos y en la repetición del experimento realizado de forma independiente. Hay que exigir por todas las vías posible que, detrás de todo producto de la industria, se encuentre esta legitimidad científica. Por supuesto, al ser prácticamente imposible profundizar a diario en ello acudimos no pocas veces a sesgos en los que tenemos que confiar en otras personas (honestas o no). Al menos, ser conscientes de ello y, como hemos dicho, no medicalizar nuestra vida de forma permenente. La medicina alternativa, mal llamada así en mi opinión, ya que solo debería haber una práctica médica basada en la evidencia, juega con otros factores. Sus propuestas constituyen evidencias mucho más difíciles de comprobar, magnifican ciertos testimonios que les favorecen y aportan ideas e hipótesis, dirigidas a las emociones del paciente, con promesas de grandes beneficios físicos e incluso espirituales, pero sin base científica real y con no pocas contradicciones. No, yo al menos, no deseo prohibición alguna, ni levantar una nueva institucion inquisitorial en nombre de la ciencia, solo pido que empecemos a ser sensatos, a nivel social e individual, y comprender que nuestra vida está tremendamente manipulada y mercantilizada (además de medicalizada).
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